domingo, 20 de mayo de 2012

FRAGMENTO DE "AÑO 2112. EL MUNDO DE GODAL"


CAPÍTULO XVIII
La cuarta sesión

«Nada hacía presagiar que no fuera una persona «normal». Sí, normal, porque así es como se denominaba a todos aquellos que cumplían unas cualidades y comportamientos determinados. Y Roberto así lo parecía, ya que nada indicaba que estuviese «gravemente enfermo», como en una ocasión le dijo su padre a su madre al hablar del problema del chico. En efecto, «el chico», porque de esa forma es como cariñosamente lo llamaban sus padres. Y no, nada hacía pensar en sus primeros años de vida que no fuese «normal». Era vivaz y espabilado, atento con los demás y con una gran vitalidad que contagiaba a sus compañeros de juegos. Eso sí, su gran imaginación lo hacía destacar por encima de los demás, una imaginación que, por tratarse de un niño, no hacía prever el gran problema que sus padres empezaron a detectar años después, ya que con el paso del tiempo, mientras sus amigos iban asimilando y aceptando las nuevas normas del mundo de los adultos, ese mundo real al que ningún ser humano en su sano juicio puede escapar, Roberto se seguía comportando en ocasiones como un niño, un ser inmaduro que parecía no comprender las reglas de la «civilización». Pero no sólo detectaron «su problema» sus progenitores, sino todos aquellos que lo rodeaban. No obstante, lo que ellos no sabían era que «el chico» era consciente de ello, consciente de que había crecido y que había entrado en aquel mundo de los adultos en el cual la inocencia y la ilusión empezaban a estar maniatadas por la tiranía del rencor y la competitividad. Ya no se trataba de disfrutar de las sensaciones, sino que el objetivo prioritario consistía en ser el mejor, el mejor en un mundo en donde la mediocridad estaba penada con la ausencia de ilusión, con relegarte a un segundo o tercer plano en el que tus anhelos quedaban reducidos simplemente a tu imaginación, si es que ésta todavía era capaz de mantener la ilusión. Pero el polo opuesto, es decir, el del éxito, el de destacar sobre los demás, tampoco estaba gratificado con el don de la felicidad. No, no lo estaba, pues ese mundo competitivo que te hacía destacar sobre el resto no consistía tan sólo en llegar a él, sino que mantenerlo era una cuestión diaria que significaba no poder relajarte, puesto que de lo contrario alguien te superaría y te convertiría de repente en un nuevo miembro de aquella gran masa que constituían los mediocres. Era como un círculo cerrado, del cual nunca podías escapar. Y con tan sólo dieciséis años, Roberto se dio cuenta de que quería seguir teniendo la inocencia de un niño, sentir y vibrar con la magia de la ilusión, lejos de ese miedo patológico que conlleva el saber cómo es el mundo en realidad. Ese mundo creado por unos cuantos en su propio beneficio, un mundo, en definitiva, que suele arrastrar al hombre a sentirse carente de sensaciones y a provocar en él una frustración que lo convierte en una alimaña despreciable rebosante de envidia, odio y egoísmo. De ahí que Roberto quisiera sentirse como antaño, no crecer, sentir y disfrutar sin necesidad de protegerse de la envidia, del egoísmo y de la inmundicia de muchos de los de su especie, esa especie denominada gente adulta que ahoga sus frustraciones intentando dañar a todos aquellos que los rodean. Y un buen día, sin darse cuenta, delante de sus padres y frente al mundo, Roberto demostró totalmente no ser «normal», ya que su más profundo interior le instó a gritar: «sí, quiero ser Peter Pan, para volar libre con mi imaginación a un mundo repleto de luz, un mundo en donde la maldad no se esconde detrás de la aparente bondad; ese mundo en donde los «piratas» no disimulan su condición, y en donde la magia de los sentimientos es capaz de derribar muros y barreras repletas de incomprensión y malicia. Así es, quiero ser Peter Pan para poder disfrutar del presente sólo ayudado por la bondad imperecedera que mis sentidos transmiten a mi alma, lejos de ese rencor que la oscurece transformándola en un sinsentido de frustración y odio. Sí, definitivamente, quiero volar como Peter Pan, aunque el intento me cueste la vida».

2 comentarios:

Ginés J. Vera dijo...

Hola Victor, gracias por acercarnos un fragmento de tu novela para que podamos disfrutar de ella.

Victor J. Maicas dijo...

Gracias a ti Ginés. Siempre es un placer acercar a los lectores los escritos. Espero que disfrutes de ellos.