domingo, 29 de enero de 2012

FRAGMENTO DE "AÑO 2112. EL MUNDO DE GODAL"


CAPÍTULO III

El mecenas

Siempre acompañado por la eterna soledad que sus distantes ojos transmitían, Guido Telari pasó la mayor parte de su vida rodeado por seres meditabundos y extremadamente creativos. Su casa, o más bien la de su progenitor, el señor Telari, se había convertido en un refugio de artistas y pensadores de toda índole. Su padre, hombre culto y enamorado de todas las virtudes creativas que el ser humano pudiera tener, daba cobijo a aquel elenco de «extrañas criaturas» que parecían vivir, en ocasiones, apartadas de toda realidad. La profundización en el pensamiento y la creatividad era la razón de ser de aquellos hombres y mujeres que parecían haber abandonado su naturaleza de simples mortales en busca de los enigmas y sensaciones que su alma les pudiera ofrecer. Guido los observaba absorto, pues muchos de ellos eran capaces de estar horas y horas entre lienzos y pinceles, o inmersos entre sus escritos, sin apenas prestar atención al rugir de sus estómagos o a las muestras de somnolencia que sus cansados ojos expresaban. Parecía como si sus almas les transmitiesen la energía necesaria para sobrevivir, como si sus cuerpos no necesitasen el descanso y los alimentos que cualquier ser terrenal necesitaba para subsistir. Aparentemente, pensaba Guido, tenían un aspecto como los demás, pero el brillo que sus ojos transmitían los diferenciaba del resto de la humanidad. Cuando estos seres estaban poseídos por la creatividad, sus pupilas transmitían ilusión, mientras que sus miradas perdidas en el horizonte le daban a entender que su mundo estaba lejos de aquí, lejos de todo lo mundano y terrenal. Guido los miraba y los miraba sin entender a qué era debida aquella luminosidad que su ojos expresaban, y más aún cuando sabía que muchos de ellos no eran capaces de transmitir la paz interior que su expresiva mirada parecía dar a entender. Tenían algo diferente a los demás, pero ese algo no formaba parte de eso a lo que denominaban felicidad, ya que sin ir más lejos, se mostraban mucho más sonrientes y risueños sus criados, aun teniendo unas tareas más monótonas, que aquellos huéspedes especiales que provocaban con sus manos y sus mentes unas sensaciones que a nadie pasaban inadvertidas. Pero si no era la felicidad total lo que aquellos seres conseguían, ¿por qué se obstinaban día tras día en crear algo que no los convertía definitivamente en seres gozosos? De niño y adolescente, Guido nunca los comprendió y ni tan siquiera los envidió, pero al llegar a la madurez, y tras comprobar por su propia experiencia que en la vida la ausencia de sensaciones es el caldo de cultivo propicio que impulsa a la monotonía a apropiarse de nuestra alma, comprendió que aquellos seres disfrutaban cada día de sus vidas de algo mágico. Quizá sólo durara unos minutos, o incluso simplemente segundos, pero aquellos hombres y mujeres eran capaces de sentir por unos instantes lo que significaba abandonar su terrenal cuerpo para instalarse por una corta y limitada fracción de tiempo en un mundo sublime, un mundo en donde la ilusión no tenía barreras y la esperanza alimentaba sus ansias de supervivencia para reencontrarse de nuevo al día siguiente, o quizá al cabo de unas horas, con la ilusión perdida de lo sublime y eterno. Fue entonces cuando Guido comprendió por qué su padre protegía a aquella gente, pues éstos le transmitían a través de sus creaciones una paz y una ilusión que ningún otro ser le podía ofrecer. Sí, podía obtener los placeres mundanos de la gula, el sexo o la competitividad, pero aquella sensación placentera que el arte le trasmitía se asemejaba más a la paz interior que experimentaba cuando en su vida se cruzaba el amor, que a todas las sensaciones mundanas que el materialismo le pudiera ofrecer. Era como estar enamorado y no estarlo a la vez, pues éste sólo se sentía durante unos instantes, los suficientes como para no acostumbrarnos a él y convertirlo en monótono, y los necesarios para anhelar encontrarlo en la próxima ocasión.

Al comprender esto, Guido continuó entonces la tarea que su padre y su abuelo habían iniciado años atrás, destinando parte de su fortuna para que aquellas sensaciones siguieran siendo transmitidas tanto a él, como a todos aquellos que como él mismo, no gozaban de ese don sobrenatural de crear belleza de la nada. Él no podría nunca experimentar la maravillosa sensación que aquellos elegidos seres debían sentir al acabar sus creaciones, pues eso era algo que no estaba en su mano, pero sin embargo sí había empezado a disfrutar de los instantes de placer que lo bello y sublime provocaban en su inquieta alma.

domingo, 22 de enero de 2012

domingo, 15 de enero de 2012

FRAGMENTO DE "AÑO 2112. EL MUNDO DE GODAL"


CAPÍTULO VII

El fiscal

Sus sienes plateadas le conferían además de un aspecto maduro, una sensación de sabiduría como si su mente hubiese estado continuamente en ebullición a través del paso de los años. Era un individuo pausado, astuto, muy pretencioso y tremendamente inteligente, cualidad esta última que lo había catapultado a formar parte del consejo de seguridad de la Confederación.

Hombre de ideas firmes, consideraba que el mundo no se podía concebir si no se organizaba de una forma rígida y eficaz, y para tal fin era necesario que unos cuantos elegidos pudieran guiar, ayudados por su inteligencia, al resto del rebaño para que el caos y la anarquía no se apoderase de todo. Había que acatar unas normas morales y materiales, y la naturaleza era un ejemplo de ello. La fauna animal nos demuestra que para subsistir el grupo sólo unos cuantos han de tener ciertos privilegios, se decía para sí, pues tan sólo los más poderosos pueden guiar al resto hacia la supervivencia de la especie. No se trataba de una injusticia, pensaba, pues el sacrificio de los dirigentes debía estar recompensado de alguna forma. Y por tal motivo, sabía perfectamente que unas férreas leyes morales debían servir como base para reconducir el rebaño, unas leyes pues, que se deberían basar no sólo en lo terrenal, sino también en lo divino. El miedo del hombre hacia lo desconocido serviría para formarlo moralmente, y el temor de Dios era un arma que cualquier gobernante no debía despreciar. Pero si el temor de Dios era fundamental, también lo debía ser el miedo a infringir las leyes terrenales, ésas que si no se cumplen pueden hacer pensar al ser humano que todos son iguales.

Sí, el fiscal era un hombre seguro de sí mismo, siempre respaldado por su gran sagacidad y buen conocedor de la historia de la humanidad, una historia que precisamente no debía ser divulgada por recelo a que alguien pudiera llegar a creer que el nuevo mundo que estaban empezando a crear podía concebirse de otra forma. Y Godal era uno de esos escasos conocedores de la historia que podía hacer tambalear las bases de las nuevas creencias, como cuando con sus ideas y escritos de antaño había atacado sistemáticamente al ultraliberalismo, ése que según el fiscal y los gobernantes de aquella época hacía a los hombres libres puesto que gracias a él dependían sólo de su propio esfuerzo sin ataduras demagógicas como la igualdad que tan sólo servía, según ellos, para engañar a la gente de buena fe, aprovechándose de ella una legión de holgazanes y vagos que tan sólo pretendían vivir a costa del esfuerzo de los demás. Así es, el fiscal pensaba que Godal había defendido toda una serie de valores perniciosos para el hombre con sus escritos rebeldes y malintencionados criticando siempre a los poderes establecidos.

Así pues, había que acabar con él, pero no sólo como persona individual, sino como estandarte de unas ideas y pensamientos que lo único que podían ocasionar eran serias dudas y revueltas entre la población. Además, paradójicamente su gran valedor entre las cúpulas de poder había desaparecido, precisamente, debido a las maniobras repugnantes de aquel hombre a veces tosco y falto de moral, diría momentos después y en la apertura del juicio el fiscal Néstor Brandotti.

miércoles, 4 de enero de 2012