miércoles, 22 de febrero de 2012

FRAGMENTO DE "AÑO 2112. EL MUNDO DE GODAL"


CAPÍTULO X

El abogado defensor

Como un ángel alado, escudriñaba cada rincón de su corazón como si el mismísimo Dios le hubiese concedido ese don sobrenatural que hace que tu propia mente sea sabedora del infinito de tus pasiones. Melancólico y meditabundo, se adentraba en ese mundo prohibido para los cuerdos, pues éstos siempre son ignorantes de sus propios y profundos sentimientos. Sí, aquel hombre auscultaba cada una de sus sensaciones sumergido en una vorágine de sentimientos encontrados. Sus sentidos estaban ávidos de nuevas sensaciones que contrarrestaran aquel sopor y desidia que lo ahogaban poco a poco, muy poco a poco. Incluso el miedo, ese que todo lo puede pero que nunca dictamina, parecía que fuese bien recibido con tal de cortar de cuajo aquella desangelada ausencia de pasión, al tiempo que un frío inerte se adentraba lentamente en sus articulaciones como si éstas estuvieran contaminadas por aquel mal, apellidado monotonía. Todo se unió en aquella gris tarde, hasta la falta de luz, como si unas nubes imaginarias se hubiesen contagiado de su dolor y hastío dejando caer sobre la fértil tierra sus lágrimas de tristeza.

Pero de repente, un aviso, una llamada en forma de esperanza. Le habían ofrecido un caso de los grandes, de esos que sólo se ofrece a los elegidos, pero que sin duda en esta ocasión, era un regalo envenenado: debía defender al viejo Godal, aquel asesino inmoral que había acabado con la vida de Guido Telari. Así pues, no había tiempo que perder, pues aun tratándose del peor de todos los regalos, al menos aquel caso lo alejaría por algún tiempo de ese gigante invisible al que muchos denominaban sopor.

Con la inexperiencia propia que ofrece la vida en sus primeros años, el joven abogado trataba de hallar un porqué a aquel asesinato, un porqué capaz de atenuar la irremediable sentencia que sobre su defendido se iba a producir al final de aquel juicio. Su cliente ni tan siquiera había intentado expresar verbalmente su inocencia, pero sus ojos lo exculpaban de todo acto de crueldad. Su mirada era limpia, triste y melancólica posiblemente por la experiencia acumulada en su longeva vida, pero sin duda, carente de malicia y odio. Entonces, se preguntaba el joven abogado, sobre el porqué de aquella innegable contradicción. No tenía ninguna prueba real con la que defender al acusado, pero su intuición le repetía una y otra vez que su defendido mostraba la tranquilidad del inocente, esa tranquilidad interior que hace que un hombre se sienta liberado a pesar de que el resto del mundo esté en contra suya. Godal no le dio ninguna facilidad, quizá sabedor de que contra el cargo de asesinato no podía alegar nada, pensaba el joven letrado. Pero frente a los demás cargos, su fuerza interior lo aupaba hasta el infinito, como si un don sobrenatural lo enalteciera sobre el resto de los mortales. No, aquel hombre no podía ser culpable de todos los cargos de los que se le acusaba, y aunque estaba en contra de casi todas las normas morales que a él en su infancia le habían inculcado, el joven abogado estaba dispuesto a adentrarse en el mundo prohibido y subversivo que aquellos escritos de su defendido suponían para el resto de la sociedad. Trató de empezar de cero, relegando sus creencias por un tiempo e intentando entrar en la mente de un proscrito, como sin duda se había convertido Godal. Debía transformarse en un ser carente de todo tipo de moralidad y prejuicios, ni buenos ni malos, y a partir de ahí hacer que su razón y sentido común opinasen sin ningún tipo de ataduras preconcebidas. Era, no obstante, una tarea compleja y hasta tremendamente peligrosa, pues era consciente de que su equilibrio emocional podría decantarse hacia la opacidad si su mente no era capaz de distinguir con claridad las normas morales que rigen el bien y el mal. Pero aun así, lo debía intentar, pues de lo contrario no existiría nada que pudiera ser alegado en defensa de su cliente, un cliente por otra parte, que ya estaba sentenciado de antemano.

A pesar de su juventud y corta experiencia, el joven letrado sabía que le habían adjudicado el caso precisamente por esa premisa, por ser un inexperto fácil de controlar y sin ninguna posibilidad de inquietar al fiscal con sus alegatos. Además, también era consciente de que…

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