CAPÍTULO XVIII
La cuarta sesión
«Nada hacía presagiar que no fuera una persona «normal». Sí,
normal, porque así es como se denominaba a todos aquellos que cumplían unas
cualidades y comportamientos determinados. Y Roberto así lo parecía, ya que
nada indicaba que estuviese «gravemente enfermo», como en una ocasión le dijo
su padre a su madre al hablar del problema del chico. En efecto, «el chico»,
porque de esa forma es como cariñosamente lo llamaban sus padres. Y no, nada
hacía pensar en sus primeros años de vida que no fuese «normal». Era vivaz y
espabilado, atento con los demás y con una gran vitalidad que contagiaba a sus
compañeros de juegos. Eso sí, su gran imaginación lo hacía destacar por encima
de los demás, una imaginación que, por tratarse de un niño, no hacía prever el
gran problema que sus padres empezaron a detectar años después, ya que con el
paso del tiempo, mientras sus amigos iban asimilando y aceptando las nuevas
normas del mundo de los adultos, ese mundo real al que ningún ser humano en su
sano juicio puede escapar, Roberto se seguía comportando en ocasiones como un
niño, un ser inmaduro que parecía no comprender las reglas de la
«civilización». Pero no sólo detectaron «su problema» sus progenitores, sino
todos aquellos que lo rodeaban. No obstante, lo que ellos no sabían era que «el
chico» era consciente de ello, consciente de que había crecido y que había
entrado en aquel mundo de los adultos en el cual la inocencia y la ilusión
empezaban a estar maniatadas por la tiranía del rencor y la competitividad. Ya
no se trataba de disfrutar de las sensaciones, sino que el objetivo prioritario
consistía en ser el mejor, el mejor en un mundo en donde la mediocridad estaba
penada con la ausencia de ilusión, con relegarte a un segundo o tercer plano en
el que tus anhelos quedaban reducidos simplemente a tu imaginación, si es que ésta
todavía era capaz de mantener la ilusión. Pero el polo opuesto, es decir, el
del éxito, el de destacar sobre los demás, tampoco estaba gratificado con el
don de la felicidad. No, no lo estaba, pues ese mundo competitivo que te hacía
destacar sobre el resto no consistía tan sólo en llegar a él, sino que
mantenerlo era una cuestión diaria que significaba no poder relajarte, puesto
que de lo contrario alguien te superaría y te convertiría de repente en un nuevo
miembro de aquella gran masa que constituían los mediocres. Era como un círculo
cerrado, del cual nunca podías escapar. Y con tan sólo dieciséis años, Roberto
se dio cuenta de que quería seguir teniendo la inocencia de un niño, sentir y
vibrar con la magia de la ilusión, lejos de ese miedo patológico que conlleva
el saber cómo es el mundo en realidad. Ese mundo creado por unos cuantos en su
propio beneficio, un mundo, en definitiva, que suele arrastrar al hombre a
sentirse carente de sensaciones y a provocar en él una frustración que lo
convierte en una alimaña despreciable rebosante de envidia, odio y egoísmo. De
ahí que Roberto quisiera sentirse como antaño, no crecer, sentir y disfrutar
sin necesidad de protegerse de la envidia, del egoísmo y de la inmundicia de
muchos de los de su especie, esa especie denominada gente adulta que ahoga sus
frustraciones intentando dañar a todos aquellos que los rodean. Y un buen día,
sin darse cuenta, delante de sus padres y frente al mundo, Roberto demostró
totalmente no ser «normal», ya que su más profundo interior le instó a gritar:
«sí, quiero ser Peter Pan, para volar libre con mi imaginación a un mundo
repleto de luz, un mundo en donde la maldad no se esconde detrás de la aparente
bondad; ese mundo en donde los «piratas» no disimulan su condición, y en donde
la magia de los sentimientos es capaz de derribar muros y barreras repletas de
incomprensión y malicia. Así es, quiero ser Peter Pan para poder disfrutar del
presente sólo ayudado por la bondad imperecedera que mis sentidos transmiten a
mi alma, lejos de ese rencor que la oscurece transformándola en un sinsentido
de frustración y odio. Sí, definitivamente, quiero volar como Peter Pan, aunque
el intento me cueste la vida».
2 comentarios:
Hola Victor, gracias por acercarnos un fragmento de tu novela para que podamos disfrutar de ella.
Gracias a ti Ginés. Siempre es un placer acercar a los lectores los escritos. Espero que disfrutes de ellos.
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