A primera vista Mario daba la sensación
de ser un tipo distante. Las facciones de su rostro expresaban una seriedad que
parecía indicar una cierta rigidez en su carácter, todo lo contrario que uno
podía pensar al observar en ocasiones la simpática cara de niño malo de, por
ejemplo, Arístides. Pero no, este no era el caso de Mario, pues su sola
presencia imponía un especial respeto entre los presentes. Como creo que ya he
dicho en alguna ocasión, aparentaba al menos diez años menos de los que en realidad
tenía, pues los rasgos y las facciones de su rostro aún te daban a entender que
seguía siendo un tipo enormemente atractivo, a pesar de haber cumplido
sobradamente ya los sesenta. Pero si como digo su aspecto físico ya provocaba
de por sí respeto, su singular forma de ser hacía que aquel tipo fuera capaz de
hechizar a los presentes a través de su verbo preciso y sugerente. Casi nada de
lo que él decía pasaba al cajón del olvido, ya que su forma de analizar cada
situación te ofrecía la posibilidad de adentrarte por unos caminos hasta
entonces desconocidos para ti. Tenía una mirada diferente, una visión de las
cosas que hacía de inmediato que te pusieras en el lugar de los demás, un lugar
al que por cierto casi nunca solemos entrar. Pero él sí, él intentaba a través
del diálogo con las gentes explorar otros mundos desconocidos para así
acercarlos a los demás, para hacerles partícipes de las inquietudes de otros,
de esos otros que por regla general no tienen, puesto que suelen ser los más
desprotegidos e ignorados, la oportunidad de dar a conocer sus problemas y la
precariedad que les amenaza. Recuerdo que me decía constantemente que la vida
es una especie de boomerang en el que todo aquello que lancemos, nos será
devuelto de una u otra forma. «Si por tu forma de actuar te haces respetar, a
la larga obtendrás respeto, mientras que si lo único que haces en esta vida es
pensar tan solo en ti mismo, lo más probable es que en tu interior acabes solo,
aunque sigas rodeado de cientos de personas», me dijo en una ocasión.
Sí, Mario era un tipo muy diferente a
todos los que había conocido. Con él, como he dicho, podías adentrarte en la
realidad de otros mundos a través del pensamiento, esa palabra mágica para él
que, en realidad, era mucho más que una simple palabra, pues en su interior más
profundo la había convertido en una forma de entender la vida. «El consuelo de
los estúpidos es que su problema no se produce, probablemente, por algo
genético o hereditario. Pero eso sí, su verdadero drama consiste en que continúan
día tras día prolongando su estupidez a base de no escuchar a los demás y de
empecinarse en sus, a menudo, absurdas e irracionales teorías», me dijo en otra
ocasión.
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